EL JEFE

martes, 22 de octubre de 2013


EL JEFE

     Gonzalo trabajaba en la redacción de un periódico de gran tirada. Su jefe inmediato, le mandaba cubrir reportajes mediocres de escaso valor periodístico. A la contra, a sus compañeros les ofrecía trabajos sustanciosos, de gran repercusión social que les hacía ganar prestigio dándose a conocer ante los lectores de prensa como grandes genios periodísticos.

Gonzalo se sentía un pelele, una marioneta dirigida por las manos  expertas de un saltimbanqui que no le importaba zarandearle a diestro y siniestro sin piedad.

     

 Muchas veces Gonzalo había barajado la idea de abandonar la profesión que con tanto esfuerzo había logrado obtener, pero se repetía una y otra vez que aquel oficio le gustaba, que hasta el momento no había tenido suerte, que quizás un día se levantaría y encontraría esa noticia que le llevara a ser conocido y reconocido y le empujaría a salir de la mediocridad, quizás llegaría el día de devolverle al sucio y engreído de su  jefe todo el veneno que le estaba haciendo tragar. Pero pasaba el tiempo ese día no llegaba.

   

  Una noche  en la soledad de su apartamento se dijo, mañana seré noticia, mi nombre aparecerá en la primera página de mi periódico. Cogió el teléfono y marcó.

  

  Ringgg ringgg. Una voz se escuchó al otro lado de la línea. “Dígame”.  -Hola buenas noches señor, ¿El señor Marcial?

 “Si sí, dígame”.

  - Soy Gonzalo, le llamo para decirle quéee -Hola Gonzalo precisamente estaba pensando en usted, tengo un trabajillo para mañana, a primera hora digamos las siete de la mañana tiene que estar ennn Espere espere jefe. Me temo que no podre realizar ese trabajo que me ofrece, tengo una noticia que quizás pueda ser importante para usted y merezca un titular en mayúsculas en primera página.

 Venga mañana  a mi apartamento muy temprano.

     Al día siguiente, en primera página del prestigioso periódico se podía leer en letras grandes.

 

Hoy, nuestro diario está de luto, nuestro colaborador y querido amigo, el periodista Gonzalo Villalta ha aparecido muerto en su domicilio. Estamos a la espera de los resultados que den la autopsia para esclarecer la causa de su muerte.

A. RUEDA

 

 

“AMA DE CASA” (Eva Bonet)

Abrió los ojos y no se sorprendió al ver en el reloj despertador las seis de la mañana. Se levantó tranquilamente y se dirigió a la cocina. Encendió la cafetera y se asomó por la ventana para adivinar el tiempo que haría.
Dio un paseo por la casa colocando en su sitio todo lo que encontraba fuera de lugar y se fue hacia el baño. Se entretuvo mojándose los dedos con el agua de la ducha canturreando. Le encantaba ese primer momento del día.
Era una mujer bella de ojos marrones y largas pestañas, nariz respingona, labios delineados y dientes perfectos con un vientre firme y elástico a pesar de los dos embarazos casi seguidos.
Se puso el albornoz y con delicadeza empezó a despertar a la familia. Se acercó a su cama y susurro:

- “Enrique…Enrique despierta, son las siete menos cuarto, ¡va! ves despertándote”.

Entró en la habitación de sus hijos y levantó la persiana para que apenas se filtrara la luz del día.

- ¡Buenos días por la mañana! Es hora de levantarse. Atención tropa son las siete menos cuarto, vestíos sino se os hará tarde, dijo a los niños.

Enrique preparaba el desayuno a la vez que oía las noticias. Ella entró peinándose. Se conocían desde hacía tanto tiempo que las medias palabras creaban un diálogo sin necesidad de más.

- ¿Qué tal se presenta el día? Preguntó a su marido tomando un sorbo de café.

- Tengo cinco visitas, un montón de papeleo y reunión de departamento. Le respondió con gesto preocupado.

Enrique trabajaba como comercial vendiendo uno de los tantos productos que la empresa ofrecía. Las ventas iban mal y la prima extra por objetivos se había ido con los clientes. Las facturas se convirtieron en una verdadera pesadilla, pero ella se encargó de todo, recorto gastos y las cosas empezaron a funcionar de nuevo. Él se sentía tranquilo y agradecido por tenerla de compañera. Nunca le pidió que buscara un trabajo, sería incapaz de moverse sola por este mundo de locos.

- ¡Ahora sí! Niños, ¡salid ya! vais a hacer que papa llegue tarde a trabajar, dijo con tono grave.

Los dos adolescentes aparecieron con sus chaquetas mal puestas y las carteras colgadas de cualquier manera sobre sus hombros, peinados a lo moderno como decían, que traducido significaba que el peine hacía semanas se paseaba lo justo por sus cabezas. Un beso para cada uno, deseos de un buen día y una palmadita en la espalda.
Abrió las ventanas, recogió la cocina, el comedor, los baños, hizo las camas y empezó a vestirse.
El gran armario que cubría una de las habitaciones era como una chatarrería, lleno de trastos de aquellos que uno sabe que tiene que tirar pero nunca se decide. Pero en una de las esquinas, debidamente colgados cuatro hermosos vestidos enfundados descansaban sin hacer ruido.
Miró su reloj, el tiempo se le echaba encima, eran las nueve y diez y había quedado a las once, el trayecto hasta la ciudad era de una hora y media. Tenía que darse prisa.
Primero las medias, luego el corsé, una blusa blanca abierta lo justo y el traje chaqueta. Cogió su maleta Louis Vuitton y comprobó que todo estuviera en su lugar. Un poco de perfume, no muy excesivo pues era muy pronto, apagó luces, bajo persianas, y se dirigió a la estación.

- Buenos días. Oyó que le decían al salir de casa.
- Buenos días para ti también.
- ¿Dónde vas tan elegante? Preguntó curiosa la vecina que aún en pijama regaba las plantas.
- ¡No te creas! Un trapillo que tenía guardado. Voy a la ciudad tengo recados que hacer, volveré esta tarde.

Acabó de informar para evitar más preguntas.
Compró el billete de tren y se sentó a esperar su llegada impaciente.
Contemplar el paisaje por la ventana siempre la relajaba. La Luis Vuitton descansaba entre sus piernas, pensó que una bolsa como aquella merecía un transporte más exclusivo, ¡un gran coche quizás! Pero eso por el momento no era posible.

“Próxima estación…” anunció el altavoz. La suya.Bajó y con paso rápido se dirigió a la salida.

Paseo de Gracia se mostró ante ella. El aire fresco de la mañana aún se percibía a pesar del ya intenso ajetreo urbano.
Llegó al número indicado con tiempo. El edificio de estilo modernista recibía al visitante con una gran puerta de hierro forjado seguida por una ancha escalera de mármol, todo bien iluminado por una enorme lámpara de cristal. El portero abrió apresuradamente saludándola.

- Buenos días, dígame señora, ¿en qué puedo ayudarla? sonrió amablemente.
- Buenos días voy al quinto primera, me esperan. Contestó.
- Perfecto, déjeme un segundo, voy a anunciar su llegada ¿su nombre por favor?
- Pitty, Pitty Queen. — Gracias, respondió con una sonrisa — por cierto una entrada preciosa.

El hombre agradeció el cumplido con un gesto de mano. Pensó que hacía tiempo que no veía una mujer tan guapa. En el espejo del ascensor, coqueta revisó su pelo mientras humedecía sus labios. El timbre era un tintineo de campanillas. Una sirvienta uniformada abrió indicándole que la siguiera. La amplia habitación donde la llevó estaba abarrotada por la luz solar.

- Buenos días querido, ¡qué precioso día tenemos hoy! Le dice al hombre que la espera.
- ¡Me alegro de verte! Hasta me acuerdo de ti de vez en cuando ¿una copa? le pregunta él.
- ¿Una copa? ¡A estas horas! No gracias, no me apetece, ¿batín nuevo, verdad?
- ¡Qué observadora! Responde él riendo.

El hombre, maduro pero bien cuidado, fuma un cigarro, toma su cognac y se acomoda en una butaca contemplándola colocar encima de la mesa sus herramientas de trabajo.
Ella se gira y fija su mirada en la de él acercándose insinuante. Con brusquedad le acaricia el espeso cabello y tira obligándole a inclinar la cabeza hacia atrás mientras presiona su rodilla en la entrepierna excitándolo. Le quita el cigarro y lo apaga en uno de sus brazos. Él se estremece.

- ¿Hoy he traído un amigo y vamos a ser muyyy malos? ¿Quieres conocerle?
- Estoy ansioso. Responde el hombre gimiendo.
- Pero primero, ya conoces las condiciones. Le susurra ella al oído.
- Por supuesto. Contesta mientras introduce mil euros entre sus pechos.

Una ambulancia pide paso con sus sirenas estridentes fuera en la calle, el sol del mediodía luce en todo su esplendor.
Ella coge el dinero y lo guarda en el bolsillo interior de su Luis Vuitton, coge el látigo, lo fustiga en el aire mientras piensa.:

“Esta noche voy a prepararles una cena de rechupete, lo mejor que encuentre en el supermercado”.

Eva Bonet
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