Libertad (Agustín Rueda)

miércoles, 23 de noviembre de 2011

He venido al mundo en un paraje montañoso, rodeado de arbustos que nacían por doquier, a su antojo, sin ningún tipo de reglas inventadas por no sé quién. Antes de nacer todo era quietud, un absoluto silencio. Me abro camino en el resquicio de aquella roca. Empieza mí vida, originando un murmullo suave, relajante. 
Naciendo del centro de la tierra, con fuerza desgarradora salgo de sus entrañas. Precipitadamente me deslizo de peña en peña. Soy libre como el viento que atraviesa continentes, no reconociendo fronteras. ¡Fronteras! ¿Qué son fronteras? No entiendo ese lenguaje, me suenan banas estas palabras inventadas por el hombre donde solo priman  intereses. Yo marco mis senderos. Me deslizo por las peñas dando saltos y cabriolas. Cuando encuentro una meseta me relajo, formo lo que el hombre ha denominado un lago. ¡Qué lo llamen como quieran! Yo solo estoy descansando, bajando después por esos terrenos abruptos.
Sorteando vericuetos, a lo largo del camino voy formando bellas fuentes para que los caminantes que osen andar los caminos renueven sus energías. Yo continúo mi descenso sorteando bellos lugares que voy encontrando a mi paso. Soy así de caprichosa, por algo he nacido libre como aquella águila real que vuela majestuosa, con sus alas desplegadas, atravesando los cielos. A veces desaparezco como si invisible fuera. Me filtro por cualquier rendija y como por arte de magia reaparezco por cualquier parte a lo largo del camino. 
He tenido visitantes, son pequeños riachuelos pero no por ser pequeños dejan de ser importantes. De ellos mi sed he saciado, han sido mi alimento. Seguramente, sin ellos hubiera perecido, la tierra me hubiera absorbido como una esponja sedienta. Voy repartiendo maná como aquel maná que un día cayó en aquel desierto alimentando al hambriento. 
Por fin, este largo camino que dio a luz la montaña está llegando al final  cumpliendo su cometido. He sido tan generosa que he alimentando a la fauna, dado vida a los bosques, regando las secas campiñas, las vegas de los poblados, regalando agua fresca al caminante sediento. La misión que me ha traído, satisfactoriamente cumplida. Desembocaré en el mar, me adentraré en algún océano donde quedaré absorbida, pero me queda consuelo: allá, en la alta montaña, el agua seguirá manando clara, limpia, pura y fresca para seguir alimentando a esta humanidad sedienta. 
 
AGUSTÍN RUEDA.

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