LA FUGA (Agustín Rueda)

domingo, 4 de marzo de 2012


Las once de la mañana de un día gris. El aire, azotaba con virulenta fuerza las cristaleras del aeropuerto de Barcelona. Corría la Navidad del año mil novecientos sesenta. Hacia treinta minutos, la bonita voz de una señorita anunció por megafonía que el vuelo destino a los Ángeles por razones atmosféricas tendría una demora de sesenta minutos. Sentada en la cafetería iba por el tercer café en aquella fría mañana.
Por esas fechas, contaba con veinticuatro años. Me consideraba una chica moderna, rubia, de pelo lacio que en esa época se recreaba en mi esbelta espalda unos ojos grisáceos acompañaban mi agraciado rostro. No siendo excesivamente alta, sí que tenía una estatura que acompasaba con el resto de mi fisonomía. Pertenecía a una familia acomodada, mi vida había transcurrido sin ninguna estrechez. Mi padre, era ejecutivo de una importante empresa de cosméticos ubicada en un lugar estratégico de la ciudad siendo yo la tercera de tres hermanos.
A la edad de veinte años mis padres ya tenían una idea formada de lo que tenía que ser mi futuro junto a aquel estúpido. Seguiría el mismo camino que mi hermana mayor; sin contar con mi aprobación me veían casada con él. A aquella edad no me atrevía a contradecirles, pero tenía muy claro que jamás aceptaría aquella ni ninguna otra imposición que tuviera que ver con la persona que tenía que compartir mi vida.
Jonathan. De carácter agrio, de complexión fuerte, moreno, de ojos saltones tenia buen parecido, pero a mí me desagradaba enormemente su forma de ser; no desaprovechaba la ocasión de ensalzar sus dotes de irresistible galán, delante de propios y extraños, dándoselas de inteligente y de contar con suficientes recursos económicos, dado que su padre, era el mayor accionista del banco más solvente de la ciudad.
A sí que tras meditarlo, decidí marchar a España con la excusa de aprender español. A mis padres les dije que solo sería un año porque lo que me interesaba era conseguir que no se opusieran a mi marcha, les prometí que al año siguiente regresaría, que mantendría correspondencia con Jonathan y que a la vuelta hablaríamos.
A traves de sus amistades, se informaron de todo; así es que a mi llegada al aeropuerto de Barcelona, ya había un señor que se ocupo de mí. Me esperaba en la puerta de pasajeros con una pancarta, lo identifique nada más traspasar la puerta del pasaje con mi nombre bien visible. 

Con mucha cautela, me aproxime a él; le pregunté con un mal español – ¿ el señor Alfonso? –Sí me contesto esbozando una sonrisa que intentaba ser amable. - ¡ Usted debe ser la señorita Elisabeth ¡ – Efectivamente, le conteste alargándole la mano que me  estrecho suavemente.-Como le ha ido el vuelo, ha hecho un buen viaje. -Estupendo le conteste, intentando ser amable.
– Deje que me encargarme de su equipaje, me dijo cogiendo el carrito de las pesadas maletas. Yo le agradecí él gesto con una leve sonrisa.- Señorita continuó, tengo el placer de haber sido designado para acompañarla a su nuevo alojamiento.
– Gracias le contesté. En unos minutos, estábamos serpenteando por la calles de la ciudad; me dijo que todo estaba previsto, que él era un empleado de los amigos de mi papa, y que me acompañaba a un apartamento que estaba ocupado por dos señoritas francesas de aproximadamente mí edad que estaban en las mismas circunstancias. Que una estudiaba derecho, y su compañera ciencias de la información. Que eran jóvenes y seguro que tendríamos muchas cosas en común.
Yo iba distraída, intentando absolver todo lo que ocurría a nuestro alrededor, Por lo que veía a través de las ventanas, me parecía una ciudad encantadora.
Alfonso. Me comentaba, que el apartamento era propiedad de su jefe, que era una zona privilegiada por su situación, y que en pocos minutos, se podía acceder al centro de la ciudad. Que era un lugar encantador y que la vecindad era sumamente agradable.
El coche, se detuvo frente al número doscientos cuarenta y cinco de la Avd de pedralbes.- Ya hemos llegado, me dijo parando el motor, ahora solo falta subir las maletas y acomodarte, no sé si tus compañeras de apartamento están en casa, pero ellas ya saben de tu llegada, la convivencia esperamos que sea de su agrado. Como ya te comente son dos chicas amigas de la familia de mi patrón, y no han tenido inconveniente en compartir el apartamento con una chica cuyos padres son amigos de sus amigos.
La finca, tenia buena presencia, estaba rodeada de edificios robustos de construcción moderna, traspasando la puerta reja nos dimos de frente con un jardín amplio, bien cuidado por manos expertas pensé yo, había árboles de mediana altura y una gran porción de verde césped.
-¡Señor Alfonso¡ escuché una voz que salía del interior del inmueble, mi acompañante, levantó la cabeza y se quedó mirando a un señor que ya estaba a unos tres metros de nosotros.-¿ Como estás Marcelino? Los dos hombres se abrazaron dándose una palmada en la espalda de aquellas que saben a amistad.
El señor Marcelino, vestía uniforme de conserje, un traje gris muy bien planchado con botones dorados en la americana, y una camisa blanca impecable, era un señor menudito, de ojos más bien pequeños que le bailaban en sus cuencas, de labios perfilados y de sonrisa halagüeña.
-Te traigo una nueva inquilina, le dijo el señor Alonso supongo que estás al corriente de que hoy llegaría la señorita Elisabet. –Si claro de hecho hace rato que os esperaba, pero pasad que la señorita vendrá cansada y nosotros con nuestra charla. – No no respondí un poco turbada por mí no se preocupen que tengo tiempo para descansar.
-Vamos, dijo el señor Marcelino haciéndose cargo del equipaje, conocerá a las que van a ser sus dos compañeras de piso, son dos chicas estupendas, me han dicho que están deseando conocerla, hoy no han querido salir ya que tienen conocimiento de su llegada y han preferido darle la bienvenida.
Acto seguido, cogimos el ascensor que se detuvo en el segundo piso. Yo me sentía entre nerviosa y cansada, sabía que me esperaban pero ¿ Cómo serían aquellas dos chicas que estaban detrás de aquella puerta ? Sin duda pronto lo descubriría.

El señor Alonso, hizo sonar el timbre, yo me refugié detrás de su cuerpo, mi cabeza giraba sobre mí tronco, miles de ideas iban y venían en los pocos segundos que pasaron entre la llamada y que se abriera la puerta. Y sucedió la puerta se abrió; bajo su marco apareció una esbelta señorita, -que tal señor Alonso, le espetó dándole un beso en cada mejilla, hace bastante tiempo que no aparece por aquí. – Veras Clotilde, le dijo, son cosas de la faena que no me dejan respiro; y los fines de semana, como bien sabes los aprovecho para pasarlos con Josefina. – ¡Ah sí dele un abrazo de nuestra parte¡ –A todo esto nos invitas a pasar. – Por favor, que cabeza la mía. Dijo haciéndose a un lado, ya sabe que está en su casa faltaba más, y además para nosotras eres como nuestro hermano mayor. –¿Y Marisa donde se ha metido¿ nos ha dicho el conserje que hoy no habéis salido, hay perdona, llevamos media hora charlando y no os he presentado todavía, como ya sabéis esta es Elisabeth, vuestra nueva compañera a la que espero que le hagáis la estancia agradable, aunque ya sé qué sin duda lo haréis. – Que cosas tiene señor Alonso, por supuesto. El señor Pascual nos hizo una visita el otro día, y nos puso al corriente de que en cualquier momento llegaría, bienvenida Elisabeth me dijo dándome un beso en la mejilla, Marisa esta en el baño y en un momento saldrá, sepa que es bien recibida, y que puede contar con nosotras para lo que le plazca, estaremos encantadas en ser sus amigas.
Escuchemos unos pasos y la llamada Marisa se acercó luciendo una encantadora sonrisa. ? Ya ha llegado Elisabeth ¿preguntó en tono de saludo.- Hola Marisa le contestó el señor Alonso dándole un beso hace unos minutos que estamos aquí ablando con Clotilde, buen yo os tengo que dejar me reclama la obligación y vosotras seguro que tenéis que hablar y iros conociendo, espero que os llevéis bien. Ya vendré cualquier día ha aceros una visita. – ¡Ah y haber si vienes con Josefina que tenemos ganas de darle un abrazo¡- así lo hare les respondí desde la puerta del ascensor.
Y así fue, como conocí a aquellas dos amigas, que en el futuro fueron para mí inseparables.
Las puse al corriente mis propósitos de aprender español, aunque obviamente oculte algunas cosas. Me aconsejaron dos academias que tenían cierto prestigio en aquella zona, decantándome por la más cercana. Para mí el aprender el idioma no era si no la escusa para alejarme de aquella ciudad que me asfixiaba solo de pensar en mí padre y en Jonathan.
Yo era feliz en Barcelona, a través de mis amigas y compañeras de piso había hecho amistades. Clotilde, que tenía la carrera casi terminada, me busco trabajo en un despacho de abogados, ya que en poco tiempo mi español mejoró considerablemente.
Habían pasado dos años de mi llegada a Barcelona, y sentí la necesidad de ver a mis padres, decidí no alargarlo más, aunque estaba temerosa, por mi hermana sabia que Jonathan aun estaba interesado por mí, a menudo le preguntaba cómo me iba, y que si algún día volvía el me estaría esperando.
De pronto, la megafonía del aeropuerto me sacó de ensimismamiento. Señores pasajeros del vuelo 3245 con destino a los Ángeles, por favor apresúrense a embarcar por la puerta número cinco.
Con aparente desgana me acerque a dicha puerta, y en diez minutos el avión estaba dispuesto para iniciar su vuelo.
El temporal había amainado, continuaba lloviendo, pero el fuerte viento había amainado lo suficiente para que el avión despegara sin aparentes problemas.
Después de seis horas de viaje aterricemos en Nueva York, para desde allí continuar viaje hasta los Ángeles, con lo que supuso quince horas de vuelo.
Durante las largas horas del interminable viaje, apenas pude conciliar el sueño, mi cabeza daba vueltas; mis amigos, pasaban de uno, en uno y tenía ganas de abrazarlos ya que los había añorado mucho principalmente en los primeros meses de mi estancia en España.
Por fin el avión tomó tierra en un aterrizaje suave y casi sin darnos cuenta. Recogí las maletas, y busque una gabina telefónica para llamar a mi padre.
Después de varios toques, la voz de la secretaria de papá resonó en mis oídos.- Despacho del señor Pascual dígame. – Buenas tardes señorita Irene, soy la hija del señor Pascual. Estoy en el aeropuerto, acabo de llegar de España haría el favor de pasarme con mi padre- Ah señorita Elisabeth, perdone que no la haya reconocido tiene usted la voz muy cambiada. Créame que lo siento, su papá está reunido y me tiene ordenado que no se le moleste bajo ningún concepto, pero tengo un encargo para usted. Tengo que llamar a Jonathan, que con sumo gusto se acercará a recogerla su papá me a informado, que cuando tuviéramos noticias de su llegada le avisáramos a su amigo inmediatamente.
Me quedé petrificada, más que soltarlo tire el teléfono que sonó con un sonoro crac, mi cabeza me iba a explotar, estuve quince minutos dando vueltas sin saber casi ni donde me encontraba, no sabía qué hacer, de pronto se puso ante mi vista el panel de salidas de vuelos. Próximo vuelo con destino a Barcelona con escala en Londres a las veintiuna treinta, con rabia tire de las maletas y me acerque a la oficina. – Billete para Barcelona en el próximo vuelo le pedí a la señorita que se encontraba al otro lado del mostrador. – ¿Le pasa algo señorita, me pregunto mientras manipulaba la máquina expendedora ¿ - No no estoy un poco mareada pero seguro que se me pasará en un momento. Embarqué las maletas y rápidamente me subí a la sala de embarque. Después de veinte horas de nuevo en Barcelona.
Nada más llegar a casa sonó el teléfono, estoy viendo la cara de mi padre,- ¡Hija dónde estás metida! Desde ayer que intento hablar contigo y no lo puedo conseguir me dijo gritando ¿ Qué ha pasado no deberías estar aquí con nosotros? –Papá le dije intentando aparentar tranquilidad precisamente ayer quise hablar contigo, ¡pero no! Tú estabas muy ocupado.- Mira te dejo, están llamando a la puerta, te quiero, llamare en cuanto pueda, y hablaremos tranquilamente, y dicho esto colgué. 

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