EL MUÑECO PARLANCHIN (Agustín Rueda)

Después de su tradicional paseo: Sebastián reposaba en su banco habitual al amparo de un veterano roble al que alguna vez le había contado sus más recónditos secretos.
Sebastián, era un personaje de estatura pequeña, pero grande de corazón, afable, alegre y divertido; pero eso pertenecía a su pasado. Desde su desastrosa enfermedad, las cuerdas bocales habían quedado dañadas, le costaba trabajo articular las palabras ingeniosas, sus historias dejaron de interesar y se sumió en la tristeza. Buscó refugio en aquél lugar apartado del mundo y, de lo que para él era más importante, su público.
El griterío de los chavales lo vino a sacar de sus oscuros pensamientos volviéndolo a la realidad.
Alzó la vista, justo los tenía en frente, en el patio del colegio los niños saltaban y corrían dando rienda suelta a sus jóvenes años.
De pronto tuvo una corazonada: “porqué no intentarlo” se incorporó de su duro asiento, y se aproximó a ellos salvando la corta distancia que le separaba con una amable sonrisa.
-Hola niños, -les increpó con su dificultosa voz.
-Hola señor –dijeron ellos un tanto extrañados.
-Queréis ser mis amigos -dijo Sebastián sacando un extravagante muñeco del bolsillo de su raída americana.
Los niños, con los ojos muy abiertos, miraban a Sebastián que introdujo la mano en la larga falda del muñeco que rápidamente cobró vida.
-Veréis amiguitos me llamo Pepín dijo el muñeco con un torpe movimiento de labios -desde hoy quiero ser vuestro amigo, jugar y reír con vosotros, ¿Os gustaría? ¡-Sí, sí! Berrearon los niños todos a una.
Desde de aquél día, a la hora del recreo, Sebastián acudía fiel a su cita. Los niños aclamaban con algarabía las divertidas y dicharacheras historias de Pepín.
Sebastián había regresado, era de nuevo feliz. Olvidó sus dilatados días de hastío y penumbra, recobró su cara risueña y con ello las ganas de de vivir.
A. RUEDA