EL MALO, MALÍSIMO (Eva Bonet)

viernes, 17 de mayo de 2013


                                                               

El malo de la película estaba muy cansado. Le agotaba llevar la barba siempre mal afeitada, los dientes sucios y mascar tabaco mientras mordisqueaba un palillo. Le daba verdadero asco tener que escupir cada dos por tres. Lo peor para él era no poder lavarse durante días, gastaba una burrada en colonia,  y solo conseguía empeorar el olor a sudor y pies que le provocaban las botas gastadas de polipiel que usaba. Era un malo del oeste americano.
La chica guapa nunca se fijaba en él, y además le despreciaba, -¡pero si no le conocía siquiera!, en el cuanto lo veía, ¡venga a chillar!.

Cuando entraba en el saloon, todo el mundo le miraba. Al principio había sido duro porque él era de natural tímido. Le hubiera gustado levantar la mano y decir -¡hola!, pero eso no hubiese sido correcto, realmente estaba cansado de disimular y harto de tanto whisky, a veces solo tenía sed,- - - - un vaso de agua, por favor. ¡Y después de comer!, se moría por entrar en la tasca, sentarse en una mesa para echar una partidita con los compadres mientras se tomaba un café, “un ristretto” con  una chocolatina de puro cacao, pero tampoco podía. Tenía que sentarse en una mesa, solo, con cara de malas pulgas, mordiendo el maldito palillo y más tenso que un palo porque encima, de vez en cuando, aparecía un gallito dispuesto a demostrar su hombría a base de insultarle, ¡bufff¡, ¡que pesadez!.

Habían intentado colgarle más de diez veces por asesinato, imposible, nunca encontraron los cuerpos, el motivo era simple, ¡no había muerto!, incluso se llevaba bien con sus víctimas, era el padrino del hijo de uno de ellos.

Trabajaba para el Sr. Marshall, el ganadero más rico del condado, al principio empezó dando palizas, bueno no le parecía mal, un puñetazo por aquí, una patadita por allá y el pobre desgraciado escarmentado dejaba de hacer tonterías. Pero el día que le ordenaron matar a alguien, lo paso mal, no pudo dormir en toda la noche. Así que, cuando tenía que hacer algún trabajo hablaba con los implicados, los convencía de que cogieran sus cosas y desaparecieran como alma que lleva el diablo y luego incendiaba la casa para no dejar rastro.

Guardaba unos ahorros en el banco de un pueblo lejano, una vez al mes desaparecía para ir hasta allí a ingresar algo del dinero que ganaba y comprobar cómo iban sus inversiones, si todo iba bien en un año podría retirarse a una pequeña granja que le gustaba, estaba en negociaciones para comprarla.

Con sus pensamientos en el futuro, no vio al joven estúpido que empezó a dispararle torpemente, ocho balas al aire, una en la garganta fue suficiente. El malo de la película en su último suspiro se tapó con la mano el cuello, miró al camarero y dijo - un café por favor.

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