¿Amores Prohibidos? (Agustín Rueda)

miércoles, 3 de octubre de 2012

Rinnnggg.
-Señor Lozano le paso una llamada por la línea cinco.
-Gracias Luisa. Se ha identificado.
-Señor lo siento, por más que he insistido no he podido conseguirlo.
- Bien pásamela por favor.
Rinnnggg.- Si dígame.
Al otro lado del teléfono se escucha una voz sensual.
-Señor Lozano. Se acuerda de mí
-¿Como está señora Rosaleda? Imposible olvidarla, siempre me tendrá a sus pies. 
- Escúcheme, señor Lozano no dispongo de mucho tiempo, los niños están a punto de llegar del colegio. Después de mucho meditar, he decidido aceptar su invitación. Este fin de semana le espero a partir de las once en el hotel sugerido por usted. Cuando llegue de tres golpecitos seguidos sobre la puerta y uno más espaciado.
-Señora Rosaleda no sabe lo feliz que me hace aceptando mi invitación. 
¿Pero cómo se las ingeniará con los niños tiene, que tener en cuenta que el pequeño solo tiene tres años? 
-No se preocupe ya lo he arreglado. Los dejaré con mis suegros que están encantados en ocuparse de estos dos diablos el fin de semana. Señor Lozano, confío en una máxima discreción por su parte ya que esto debe quedar en secreto entre usted y yo.
- Señora Rosaleda las dudas ofenden, usted ya me conoce y sabe que mi punto fuerte es precisamente eso, la discreción.
- Le dejo señor lozano que lo niños ya los veo en el jardín hasta el viernes, y recuerde tres golpecitos y uno más espaciado.
- Descuide lo recordare, y dele un beso a los niños de mi parte. ¡Ah! Y póngase guapa.
Colgué el teléfono, me froté las manos una sonrisa de triunfo afloró a mis labios. Por fin aquella señora había accedido a mis deseos, intentaría que pasara un fin de semana inolvidable.
Los días pasaron lentos; el viernes llegué a casa como de costumbre; después de comer, le dije a mi mujer que ese fin de semana tenía que desplazarme a Madrid, que el jefe me había invitado una reunión urgente para tratar un asunto sumamente importante en la capital, y no podía declinar la invitación.
Ella me miro de una forma que no supe descifrar en aquel momento si era de asentimiento o de contrariedad.
A las siete entre al baño pasando más tiempo de lo habitual, me vestí con uno de mis trajes más elegantes y dándole un beso a los niños me despedí de mi señora diciéndole que posiblemente hasta el lunes por la mañana no regresaría. Ella me dijo que estaría bien que me fuera tranquilo y que ya le contaría a mi regreso.
Cogí el coche y me eche a la calle. El mes de octubre ya estaba avanzado empezaban a florecer las primeras luces de la ciudad parecía que los escaparates se iluminaran a mí paso.
Hacia fresco. Para ganar tiempo me pasé por un bar de copas, necesitaba darme ánimos; era la primera vez después de mi matrimonio y esto me ponía un tanto nervioso. 
Elvira era todo para mí, pero a raíz de haber tenido a nuestro segundo hijo la relación se había deteriorado, pasábamos por unos momentos delicados. En fin ya estaba hecho, me arme de valor y y después de tres copas puse rumbo al hotel.
Con paso decidido me acerque a recepción, pregunte si había llegado la señorita Rosaleda. 
El recepcionista, me miro y dijo muy amablemente que sí, que se había hospedado hacia un rato y que se encontraba en la trescientos veinte y siete de la tercera planta.
Le di las gracias y me dispuse a coger el ascensor, pulsé el botón, en un momento me puse en la tercera planta. Busqué la trescientos veinte y siete, dudé un momento, con la mano izquierda golpeé tres veces la puerta, seguida de una cuarta más retardada.
La puerta después de unos momentos empezó a abrirse, estaba medio abierta cuando fui sorprendido por una mano de mujer que me arrastró hacia dentro. El ramo de flores rojas se vertió por el suelo de aquel improvisado nido de amor.
A la mañana siguiente cuando desperté estaba solo, en la mesita había una nota que decía. Gracias.
Llegué a casa a las once de la mañana, al escuchar la lleve girar sobre la cerradura Elvira salió a recibirme, dándome un apasionado beso me preguntó - ¿Qué tal tu estancia en Madrid? 
Le correspondí con una caricia y le contesté ¡Muy bien cariño pero sabes me he acordado mucho de ti! Voy al baño y después seguimos ablando.
Durante el almuerzo, Elvira me mandaba sonrisas llenas de ternura y de complicidad que yo le devolvía complacido.
A la semana siguiente.
Rinnnggg.
-Señor Lozano le paso una llamada por la línea cinco.
-Gracias Luisa. Se ha identificado.
-Señor lo siento, por más que he insistido no lo he podido conseguir.
- Bien pásamela por favor.
Al descolgar el teléfono pensé lo nuestro se ha salvado.

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