HISTORIA DE UN AMOR PLATÓNICO (PARTE I)
Una fría mañana de invierno, gris, plomiza
el pequeño Jorge quitaba el relente del cristal de la ventana, con su pequeña
mano. Fuera veía a su padre, que cojeando iba hacia la caseta donde estaba el
mecanismo que daba vida a las vetustas barreras. Su padre se detuvo y saco su
reloj de bolsillo para confirmar la hora en que tenía que bajar las barreras y
con puntualidad británica las bajó. Al minuto exacto, pasó el expreso de las
siete y quince minutos y empezó a oír como chirriaban los frenos del tren
pues se tenía que detener en la estación, que estaba a una milla escasa, para
dar paso al tren ascendente que no debía de tardar más de tres minutos. Jorge
escudriñaba con sus pequeños ojos, para poder ver lo que más le gustaba: las
máquinas de vapor. Las miraba deleitado, más bien extasiado. No había
nada que le hiciera dejar de mirar, incluso las advertencias de su madre
llamándolo al orden para desayunar. Las máquinas eran su sueño más
anhelado, siempre estaba hablando de ellas, preguntando a su padre y a
cuantos trabajadores de la estación encontraba. Por fin pasó el tren
ascendente. En cabeza una máquina tipo Pacific y una larga hilera de vagones de
mercancías con dirección a Londres. Jak, el padre, levantó las barreras
al paso del último vagón y entró en la casa para desayunar. Tenía el
tiempo justo hasta que pasara el próximo convoy. Miró a Jorge y le dijo: “hijo
ven a desayunar que vas a llegar tarde al colegio” a lo que el niño le contestó
con una pregunta: “Padre, ¿en la escuela me enseñarán a llevar una
maquina de tren?”
El padre le contesto: “ No hijo, en
la escuela te enseñarán a leer y a escribir. Eso sí que te ayudará en la
vida para poder defenderte, hacerte un hombre inteligente; así no tendrás
que padecer como yo, las inclemencias del tiempo, pues tendrás un trabajo bien
remunerado, para poder mantener a tu familia sin estrecheces. Tú podrás
conseguir lo que yo no pude, devolverás el orgullo a nuestra familia, así
podremos volver a ir con la cabeza bien alta. Entonces la madre le
recriminó a su marido, si no vamos con la cabeza alta es porque tú no
quieres, porque lo que ocurrió nadie tuvo la culpa. Eres tú el que te
maltratas, a lo que él no quiso contestar. Dio un portazo y se fue.
El niño se quedo confuso, empezó a
preguntarle a su madre el porqué, del enfado de su padre a lo que ella le
contestó: “ Hijo, cuando seas mayor tu padre te lo explicará”. El niño no
entendía lo que le decía, pero vio que a su madre le caían las
lágrimas por las mejillas, y no preguntó más, le dio dos besos se dio la vuelta
y marchó ; cruzo las vías del tren encaminándose al colegio que estaba
enfrente de la estación; llegó dio los buenos días al profesor, sentándose en
su pupitre; sacó su libreta y el lapicero esperando la orden del maestro que
levanto la mirada por encima de las gafas, lo miró, lo llamó y lo mandó al
encerado para que hiciera unas operaciones de aritmética .
Mientras en la casa la madre recogía
los servicios del desayuno, llegó el padre cabizbajo se sentó en una silla miró
a su esposa con los ojos rojos le pidió que se sentara a su lado y le pidió
disculpas, pero ella le dijo que él no tenía que avergonzarse de nada
pues no había hecho nada deshonroso, solo había cumplido con su obligación, a
lo que él le contestó: “Tú todo lo ves diferente pero la realidad es que me
despidieron con deshonor por no cumplir con mi obligación” y ella
levantándose de golpe le espetó: “ ¿Acaso era tu obligación mandar a tus
hombres a una muerte segura?, ¿era esa tu responsabilidad?.
Se hizo un silencio sepulcral, se miraron a los ojos fundiéndose en un abrazo,
entonces él con voz tenue se quejó amargamente de lo que llevaba dentro
royéndole las entrañas que no era otra cosa que el maldito accidente, pero para
eso había que remontarse a diez años atrás.
Él venía de una familia de clase alta de
la ciudad de Londres, con innumerables títulos nobiliarios y bien relacionados
con la alta sociedad. Estudió Ingeniería Industrial y algo de
Arquitectura, en contra de sus dos hermanos mayores que estudiaron lo que
su padre les obligó: Finanzas. Su padre nunca le perdonó que no estudiara
lo que él quería, lo mandó con unas amistades que lo colocaron de bombero, lo
cual le gustaba y subió rápidamente hasta llegar a jefe de grupo de una
dotación. Todo el mundo lo apreciaba y sus hombres lo respetaban. Siempre era
cauto en los incendios. Se hizo muy famoso, todos lo reconocían por su
gallarda figura. Al cabo de unos años hubo un trágico incendio en unos
almacenes de Londres a los que acudió con sus equipos tres carros con agua
jabonosa, otro con una bomba para impulsar el agua y un cuarto con las
escaleras, total dieciséis hombres; al llegar le explicaron que era un edificio
muy antiguo y hecho de madera y que llevaba ardiendo una media hora. Él dio la
orden de montar la bomba para empezar a rociar el agua; acto seguido
mandó que la gente se apartara formando un cerco de seguridad y empezaron a
echar agua mientras llegaban más carros de bomberos; de golpe saltaron
los cristales de una de las ventanas aprovecharon esa abertura para
dirigir una de las mangueras para ir echando agua al interior. Poco
a poco parecía que le iban ganando metros al fuego. Los bomberos querían entrar
dentro del edificio pero él no quería, pero sus jefes insistían constantemente
pues el dueño de los almacenes era un benefactor de los bomberos y nada más
hacía que decir que estaba perdiendo mucho dinero y que nadie hacia nada
por evitarlo. Entonces mandó a sus hombres que entraran para evaluar cómo
estaba la estructura del inmueble y así lo hicieron. Cuando no llevaban ni un
minuto el edificio empezó a crujir; sólo le dio tiempo a entrar, chillar:
¡¡ Salir, salir esto se hunde!! cuando la estructura se vino abajo.
Cuando consiguieron llegar hasta él, vieron que le había caído encima de la
pierna izquierda parte de la estructura y se la había destrozado, estaba sin
conocimiento; lo sacaron, lo trasladaron al hospital e intentaron
recomponerle la pierna. Pasó unos días inconsciente y cuando volvió en sí,
le explicaron que ocho de sus hombres habían muerto. Cayó en una
depresión, nada tenía interés para él. Paso tres
meses y le dieron el alta de la pierna, pero lo mandaron a un sanatorio para
que se recuperara su salud. Allí conoció a Marlene que era la enfermera de su
pabellón; era francesa, hija de un cirujano parisino que la había mandado
a Inglaterra a hacer prácticas. Ella se involucró en ayudar a aquel joven de
mirada perdida. Poco a poco le fue haciendo salir de su tristeza y dándole
otros alicientes de superación. Sin darse cuenta se fueron enamorando hasta que
ya no podían estar el uno sin el otro. Un día le llego a Jak una citación
que le decían que se tenía que personar sin falta en el Palacio de Justicia en
la sala dos, al lunes siguiente y que fuera acompañado de su abogado para poder
recoger la denuncia que varias instituciones públicas le habían puesto.
En caso de no comparecencia sería denunciado a la policía para su detención .
Se dirigió con una cojera muy acusada, al
despacho del Jefe médico. Pregunto por él, le dijeron que tomara asiento que
enseguida vendría; se sentó en una silla y se pasó la mano por su pierna
dolorida. En ese momento llegó el médico, lo hizo pasar a su despacho
preguntándole a que venían tantas prisas, Jak sacó del bolsillo el correo que
le habían entregado y le espetó por esto. El doctor lo leyó atentamente y le
dijo: “Amigo mío, ¿cuánto tiempo hace que no lee un periódico?”, desde que me
ingresaron contestó Jak, “pues muy mal hecho, llevan hablando de su mala
gestión al frente del siniestro desde el día que ocurrió. Se han cebado en su
persona con saña y alevosía, incluso su familia no quiere saber nada de usted”,
le dijo el médico y sacando un sobre se lo entregó. Esto me lo trajo el
mayordomo de su padre con una nota para mí, que decía que no le deje
salir de aquí para que lo declaren enfermo mental así su familia podrá
recuperar su buen nombre y el estatus que usted les ha destruido. En ese
sobre, desconozco lo que hay, me lo dieron lacrado y así sigue, a lo que
Jak le dijo: “No se preocupe, enseguida lo sabremos pero viniendo
de mi familia nada bueno espero”. Lo abrió y eran unos documentos del abogado
de su padre; los leyó atentamente durante un largo rato y después se los
echó encima de la mesa y le dijo: “Lea usted la resolución en voz alta por
favor”. Por la presente y en arreglo a las órdenes recibidas de su padre,
se le comunica que queda excluido de todo los bienes, patrimonio y
privilegios de la familia Smit-jonson y además se le prohíbe usar los
apellidos de su padre, no permitiéndole la entrada a ninguna de sus
fincas bajo fuertes acciones judiciales. Firmado j. Smit-Jonson. Leyó el
doctor.
HISTORIA
DE UN AMOR PLATÓNICO (PARTE II)
Jak
salió del despacho del jefe médico, se dirigió hacia su pabellón, a pasos
agigantados que él casi no podía hacer debido a su cojera. Iba muy enfadado, al
entrar se encontró con Marlene, la quiso esquivar pero ella lo cogió del brazo,
preguntándole qué le pasaba. Él no quería decirle nada, ella le insistió,
pero él no estaba dispuesto a decir nada, ella lo dejo marchar porque la
llamaban de la enfermería. Jak llegó a su habitación abrió el
armario, saco la poca ropa que tenía guardada, la echó encima de la
cama, y busco una bolsa o maleta para llevársela. Descubrió que todo lo
que tenía estaba roto o quemado por el incendio, y se sentó en la cama
maldiciendo su suerte; estando cabizbajo no se dio cuenta de que había entrado
el jefe médico, este le tocó en el hombro y le dijo: amigo aquí te traigo los
periódicos para que sepas a lo que te enfrentas. Así podrás defenderte de toda
esa gente que quiere tu cabeza. Gracias, le contesto Jak, pero es inútil ya me
han juzgado y sentenciado, a lo que el médico le contestó: yo pensaba que tenía
un luchador valiente, pero veo que usted ya está muerto. Jak lo miró fíjamente,
¿qué quiere decir con eso? Su madre ha estado aquí
muchas veces preguntando por su hijo, arriesgó que su padre se enterara y la
echara de casa, le ha traído toda su ropa, también dinero para que usted
luchara por su dignidad y usted ¿Qué va hacer?, ¿Tirarlo todo?,
¿Esconderse? Usted decide.
Marlene
fue a la habitación de Jak para ver como estaba, lo encontró ojeando un sinfín
de periódicos, se quedó sorprendida y le preguntó ¿Qué pasa? Él le dio
varios periódicos y le dijo: lee lo que dicen de mí. Ella le contestó que
ya sabía lo que ponían los periódicos, entonces él se levantó de golpe
diciéndole: si lo sabías ¿por qué no me dijiste nada?, porque eso no iba
bien para tu recuperación -le dijo ella-. ¿De qué me sirve mi recuperación si
voy acabar en una cárcel? –contestó él-, ella le replicó: todavía nadie
ha dicho que tú seas culpable de nada. Yo no estoy tan seguro de eso, yo di la
orden de que entraran. Sí afirmó ella, pero coaccionado por tus jefes. Sí, eso
es así, pero ellos nunca lo van a reconocer. Por eso lo que tienes que hacer,
es buscarte un buen abogado y a ser posible que no esté en la influencia de
Londres. Yo no conozco a ninguno. No te preocupes tu madre ya te ha buscado uno
que te va a negar que lo haya contratado ella, o sea, que dedícate
a recordar todo lo que pasó porque ahí puede estar tu suerte.
¿Mi madre lo ha contratado? preguntó Jak, ¿por qué? ¿Para lavar su
conciencia? A lo que Marlene contestó: es la única persona que no te ha
dado la espalda de tu familia, creo que tendrías que hablar con ella o por lo
menos con el abogado que te ha buscado. Tú sabes perfectamente que si tu padre
se entera de que te está ayudando, lo va a pasar muy mal. Deberías darle una
oportunidad, por lo menos deja que se explique, no tienes nada que perder. Él
se quedo pensativo, nunca había recibido una sola caricia de su madre, nunca se
preocupo por él, ¿a qué venía ahora ese afecto hacia él? No entendía nada de lo
que estaba pasando. Marlene le miraba fijamente. Quería abrazarlo pero no
se atrevía, lo veía muy confuso, no sabía cómo hacer para ayudarlo, su corazón
sufría de ver que él lo daba todo por acabado, que no iba a luchar, que su vida
se acabó en aquel fatídico incendio.
Marlene
se armó de valor y le preguntó si sentía algo por ella, o solo era una
enfermera más del pabellón. Él la miro con los ojos medio cerrados, y le
dijo: tú eres la persona que me ha devuelto a la vida. Entonces ella le
preguntó: ¿y qué vas a hacer con ella, la vas a enterrar entre estas cuatro
paredes? Jak le puso la mano sobre el hombro, diciendo: para mí ya
no hay vida fuera de aquí, ya se han encargado de que no pueda
salir. Ella enfurecida le dijo: ¿dónde están las cerraduras que
impiden que salgas? ¿ De qué sirvió todo el trabajo de estos meses, para
que tú te rindas sin más? ¿Ese es el orgullo que quieres defender?, ¿Ni
siquiera eres capaz de defender a tus compañeros y honrar a los que murieron?
¿Dónde están tus agallas, tú, que has sido su mando más inmediato?.. No mereces
ni que te cuiden, estás ya muerto y a los muertos se les entierra. Enhorabuena,
has conseguido ser un muerto en vida; ya no me necesitas. Se fue
corriendo hasta su habitación y se echó llorando en la cama, hasta que se le
secaron las lágrimas. A la mañana siguiente, se levantó, se arregló, desayunó y
se fue para su sitio en el pabellón. Se concentró de lleno en su trabajo
hasta que el jefe médico le informo que Jak había salido por la noche.
Ella le dijo que no le interesaba nada sobre él; prosiguió diciéndole que le
encontraron borracho en la carretera, y que se había querido tirar delante de
un automóvil. Entonces levantó la cara preguntando: ¿está bien? , a
lo que le respondió: magullado más en su ego que físicamente. Ella se
pasó las manos por las mejillas disimuladamente para secar sus lágrimas,
diciéndole a su jefe: no sé que puedo hacer por él; ha perdido las ganas de
luchar, quiere morirse. Usted mismo acaba de decir que se ha querido suicidar,
¿qué más necesitamos para encerrarlo de por vida?….
El doctor
pasó su brazo por encima de los hombros, sacándola del pabellón cariñosamente,
y la invitó a sentarse en un banco del jardín. Una vez sentada le pidió
disculpas por el atrevimiento de haberla cogido de esa manera, y acto seguido
le dijo: Marlene, eres una buena profesional, pero te falta aprender de la
vida. Eres muy joven, de ahí tu inexperiencia. Tú sabes que soy psiquiatra, por
tanto mi campo son los comportamientos humanos y las enfermedades mentales; tú
crees que una persona a la que han calumniado, hundido, pisoteado,
mancillado, al que su propia familia ha dado la espalda haciéndole
renunciar a sus propios apellidos, solo por seguir teniendo un estatus en la
sociedad ilustre de este país, puede seguir luchando solo contra esta sociedad
manipuladora? ¿Tú lo crees? Pienso que deberías estar a su lado ahora más
que nunca, hacerle comprender que estás con él, que tiene que luchar, que la
lucha va a ser fuerte y puede perder. Vas a decaer muchas veces, pero tienes
que ser dura inflexible, piensa que a veces te aborrecerá, pero al final el
amor lo curará todo. Yo siempre estaré a tu lado en lo que necesites,
medicinas, ropa, dinero, pero él nunca deberá saber que yo lo ayudé. ¿Qué me
dices Marlene? Ella lo miró fijamente a los ojos, con cara de estupor,
diciéndole ¿usted cree que yo puedo hacer lo que me pide, cuando él no quiere
saber nada de luchar, ni de vivir? Amiga no hay peor ciego
que el que no quiere ver, no te das cuenta que lo que ha hecho es para llamar
tu atención, porque pensaba que no te volvería a ver. Lo que tienes que hacer
es ir a curarle y lo demás ira viniendo por sí solo. En tus manos está el
futuro de ese hombre. Ve, demuestra que tú eres su salvación, o por lo menos su
esperanza. Sé que lo puedes hacer y además con éxito.
Pasaron
los días, los meses, Jak se sentía arropado. Marlene era su sombra, habían
buscado el abogado que secretamente la madre de él le pagaba, estaban
preparando su defensa, tenía ilusiones pues el Letrado le daba confianza. Veía
que era cauto pero tenaz, con ganas de que aflorara la verdad, lo estudiaba
todo con detalle, no dejaba nada al azar, y eso les daba un plus de
confianza para seguir luchando. Ya solo quedaba una semana para el juicio,
habían comprado ropa para que fuera a la vista correctamente vestido, como
decía el Abogado, ni muy elegante, dando sensación de opulencia, ni mal
vestido dando sensación de harapiento. Lo justo, pues había que cuidar las
formas ya que él tenía un alto cargo y no podía dejar el menor resquicio de que
en los últimos meses estaba en un Sanatorio Mental. Debía mostrarse lo
más normal posible, con todos sus diálogos aprendidos. No tenían margen para
rectificaciones, no se podía permitir fallos, pues eran el centro de todos los
debates. Los periódicos iban caldeando el ambiente….
Marlene
le cuidaba con un mimo exquisito, sabía que gran parte del éxito dependía de
cómo él afrontara el reto. Le decía como moverse, o hablar, nunca con
prepotencia sino con humildad y siempre mirando a los ojos del que le hablara
demostrándole su sinceridad.
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